El backstage de mi proyecto de papelería

El backstage de mi proyecto de papelería

El gusto por crear mi propia línea de papelería responde a mis intereses desde que tengo memoria. ¡Siempre he sido amante de los cuadernos! Desde chica que a todos lados llevo uno y lápices lista para dibujar/anotar donde me pillen parada mis ideas, a tal punto que tengo mi colección en todos los tamaños y materialidades (muchos sin usar, esperándome aún). Amo nuestra era digital, pero nunca un medio tecnológico podrá reemplazar el papel y pincel para mí.

Por otro lado, me interesaba la idea de crear un producto de calidad en nuestro país. Creo que Chile se encuentra mutando social y culturalmente, y los artistas, arquitectos y diseñadores tenemos un rol importante en este cambio: ¿Qué sería de nosotros sin los creativos nacionales o los emprendimientos y la capacidad de ellos para contagiar a otra gente, el llamado a que todos podemos trabajar haciendo lo que amamos hacer?

Muchas veces me preguntan por qué sigo en Chile y no me voy a estudiar/vivir a alguna capital mundial del arte, que aquí “estamos tan retrasados”, pero mi respuesta siempre es la misma: que estemos un paso más atrás, significa que aún queda mucho por hacer aquí y yo quiero ser parte de ese cambio.

Por eso, una de las cosas más importantes de este proceso, era que mis cuadernos fuesen hechos 100% en Chile: pensados, pintados, ilustrados, diseñados y fabricados aquí, que representara con un estandarte erguido esta pulsión de cambio y que quien lo comprara, pudiera estar en contacto con esta idea y orgullo desde el producto.

 

 

Sin duda una de mis principales inspiraciones es el trabajo de Anna Bond –una de mis ilustradoras favoritas, creadora de Rifle Paper Co. Una noche me quedé pegada viendo una charla en YouTube donde contaba cómo había partido el proyecto desde su casa, encuadernando a mano los diseños junto a su marido y cómo fue evolucionando también para posicionarse como una de las principales marcas de stationery a nivel mundial.

Fue ahí cuándo pensé: hey, si ella pudo, yo también puedo!... Y comencé a averiguar qué necesitaba para partir un proyecto de esta envergadura.

 

 


El hecho de poder llevar mis pinturas originales a digital –sin perder el carácter de mi mano en cada portada– fue uno de los principales desafíos. Primero pinté todo en un formato grande de papel que me permitiera trabajar bien los detalles para luego digitalizar. Una vez que los archivos estuvieron listos, les pasé todos el material a mi diseñadora editorial, quien ha sido mi mano derecha en todo este proceso: Sofía Irarrazaval.

Si hay algo que aprendí en todo esto, es que es muy importante armarse un buen equipo de trabajo, que comparta los mismos intereses de uno y con quien se pueda remar hacia el mismo lado. A la Sofi la conocí por Genias y cuando le conté del proyecto empatizó inmediatamente con la idea, gracias a ella pudimos construir el carácter de cada producto.

Buscamos referentes, armamos nuestras maquetas y enviamos a imprenta! Es muy importante también considerar que los tiempos nuestros, no eran los mismos que los demás. Y eso lo aprendimos directamente en imprenta, quienes llevan trabajando un mes completo en las terminaciones especiales de los cuadernos.

 


Esta semana visité el proceso de producción para ver cómo nacían mis cuadernos y se pasó lo emocionante. Sé que suena cliché, pero es indescriptible la sensación cuando los sueños se vuelven realidad y ahí estaba yo, viendo cómo se hacía una a una cada libreta.

Un proceso industrial que se complementa con lo hecho a mano, ya que detrás de cada máquina hay alguien encargado de que las cosas calcen y funcionen –y sobretodo que queden bien.